Me llamo Toni, trabajo de gerente en una empresa de logística con servicio 24/7. Cierro mi portátil recostado en el sofá frente al televisor y, antes de acostarme, respondo un correo urgente desde el móvil. Atiendo un WhatsApp de una compañera que tiene al niño enfermo y mañana teletrabajará, y no dejo de replicar unos “tweets” de dos clientes descontentos. Clara, que trabaja a media jornada, cenó y acostó a los niños hace una hora. La veo cruzar el pasillo con cierto recelo. Son las diez de la noche y, aunque el horario laboral terminó hace horas, vivo con la necesidad de cerrar temas que acceden a mis aplicaciones. Es mi responsabilidad. Lo que se espera de mí… o eso creo.
La nueva normalidad: conectados sin pausa
Esta situación no es exclusiva mía. Afecta a muchos profesionales atrapados en una dinámica de tareas e “inputs” constantes. La frontera entre el trabajo y el tiempo personal ha sido borrada por la inmediatez que imponen los dispositivos que llevamos encima y, en mi caso, por las necesidades del servicio. ¿Hasta qué punto es sostenible estar siempre conectado? ¿Qué efectos tiene sobre la productividad real, la vida personal y la salud?
El mundo ha evolucionado hacia la digitalización y la globalización, tanto en el ocio como en el trabajo. Lo que antes era una jornada estructurada con horario fijo, ahora se ha convertido en una disponibilidad continua impuesta por el teletrabajo y la conectividad. Si no estás pendiente, parece que no cumples. Esta exigencia, cada vez más interiorizada, nos lleva a perder el control sobre la gestión de nuestro tiempo.
El derecho a desconectar: un paso legal necesario, pero insuficiente
España, siguiendo el ejemplo de otros países de la UE como Italia o Portugal, incluyó en la Ley Orgánica de Protección de Datos el derecho a la desconexión digital. Se busca garantizar el descanso y evitar la fatiga digital. Pero aplicar este derecho en la práctica no es sencillo. ¿Dónde termina la obligación profesional y empieza el derecho al descanso? ¿Cómo equilibrar la necesidad de dar respuesta con el propio bienestar? Muchas políticas empresariales todavía obvian esta realidad y sus consecuencias.
Cuando el cuerpo y la mente dicen basta
Mis allegados me dicen “Toni, llevas ojeras nuevas” y uso gafas para disimular. No duermo bien, me levanto fatigado. A pesar de cerrar los ojos y tratar de dormir, mi mente sigue procesando tareas, mensajes por responder y pendientes diarios. La fatiga digital se ha convertido en una sombra y percibo un agotamiento que no sé cómo frenar. La hiperconectividad incrementa los niveles de estrés y ansiedad; el cerebro, sobreestimulado, no logra desconectar del todo, generando un estado de tensión sutil pero constante. Además, la exposición prolongada a pantallas reduce la producción de melatonina, dificultando el sueño y alterando los ciclos de descanso.
La alarma suena: buscar ayuda no es rendirse
Hablé con la Técnica de Prevención de mi empresa. Me facilitó soporte psicológico (¡qué buena profesional!), dice que me ve quemado. A eso le llaman “burnout”, en inglés suena más elegante. Me ofreció apoyo psicológico, y aunque me resistía al principio (“¡Oye, que no estoy enfermo!”), accedí a una terapeuta online. Bastaron tres minutos de escucha activa para que sentenciara: “Toni, este ritmo de trabajo ininterrumpido está minando tu salud y quizá tu vida personal”. Me hizo ver algo clave: si yo, como gerente, estoy así, probablemente los que trabajan conmigo también lo sufren. Las consecuencias pueden ser serias: pérdida de motivación, agotamiento y la sensación de no llegar a lo que uno exige —a sí mismo y al equipo. Hay que poner remedio.
Cuando algo cambia, todo cambia
Tomé nota. Durante la cena, el teléfono vibra. Lo miro de reojo mientras mi hijo mayor me cuenta su día en la escuela. No puedo evitar sentir la urgencia de responder. Clara nota mi distracción. Me doy cuenta: “estoy enganchado”. Quizá deba seguir con la terapia y empezar a hacer cambios. Dirijo un servicio donde la inmediatez debe gestionarse sin quemarnos. Hablaré con el equipo de dirección y recursos humanos para afrontar esta situación.
Este fenómeno se ha convertido en una constante. La desconexión digital no solo impacta a nivel individual, también afecta nuestras relaciones personales. La disponibilidad permanente disminuye la calidad del tiempo compartido con familia y amigos, generando distanciamiento y, en muchos casos, conflictos. Las parejas se resienten por la falta de atención, los hijos notan la ausencia emocional de sus padres y las relaciones se deterioran en medio de una fatiga que no avisa pero desgasta.
El protocolo de desconexión digital: pasar a la acción
He decidido implantar el “dichoso” protocolo de desconexión digital en nuestra empresa. Soy responsable de un equipo y debo hacer algo efectivo para corregir la situación. Nuestra Técnica de PRL nos lo dijo claramente: la desconexión digital no es simplemente una cuestión legal o laboral, sino una necesidad empresarial y humana. Aprender a gestionar el uso de la tecnología de manera equilibrada es clave para preservar la salud y mejorar la calidad de vida.
¿Pero cómo lograrlo en un entorno donde la conectividad es la norma? Estas son las medidas clave que hemos puesto en marcha, y que como gerente me comprometo a liderar:
- Enviar mensajes y correos solo dentro de la jornada laboral.
- Crear direcciones de correo corporativas para clientes en lugar de personales, para delegar respuestas según turnos.
- Establecer que los jefes de turno filtren las necesidades de respuesta inmediata.
- Aceptar que las urgencias extremas lleguen a los directivos, pero sabiendo que serán tan pocas que se pueden asumir.
- Crear espacios libres de tecnología en casa, especialmente durante momentos de convivencia.
- Practicar la atención plena, desconectando conscientemente del trabajo al acabar la jornada.
El derecho a desconectarse es más que una regulación; es una forma de recuperar el control emocional de nuestro tiempo, permitiéndonos disfrutar de momentos de descanso y otras actividades sin la intrusión constante de notificaciones y demandas laborales.
Resultados que ya se notan
Después de dos meses de ensayo-error con el protocolo, hemos sido bastante rigurosos con el equipo y vamos educando también a los clientes. En casa dejo el teléfono cargando en el vestíbulo y en silencio. Todavía tengo tentaciones, pero cada día menos. Reconozco que hago alguna “fake” al método, pero cada vez me cuesta menos mantenerme firme. Ahora descanso mejor, vivo mejor, disfruto de mi familia las últimas horas del día… y los tweets destructivos de algunos clientes, al no recibir respuesta inmediata, simplemente se desvanecen en la nube.
Xavier Cases – H&S Technical